La ciencia detrás del cambio
“Así como una gaviota o un día con buen clima no significa que sea primavera, lo que sucede en un día o en un periodo corto no hace feliz y pleno a un hombre” -Aristóteles.
En algún momento durante tu desarrollo personal, tú comenzaste a ser tú. A levantarte a la hora a la que ahora normalmente te levantas, a vestirte con el estilo con el que te vistes, a saludar, presentarte, hablar e interactuar con otros. Puede que tú no hayas sentido que decidiste ser como eres, o que haya cosas que intencionalmente trabajaste y modificaste, el punto es que, por la razón que sea tú eres como eres por esas cosas que haces todos los días.
Todos tenemos una explicación de por qué somos como somos. Nos definen experiencias pasadas, traumas, aprendizajes, influencias externas, motivaciones, todo un espectro de estímulos extrínsecos e intrínsecos que poco a poco nos han ido moldeando y haciéndonos creer las cosas que creemos actualmente, y que probablemente no siempre hemos creído ni hemos querido hacer, pero hoy en día no podríamos imaginar nuestra vida sin ellas.
Siempre estamos cambiando, sin embargo, nuestro cambio es tan imperceptible que nosotros sentimos que no sucede. Si yo en este momento te pidiera que te levantaras a otra hora o que dejaras de hacer algo que haces todos los días, probablemente me mandarías por un tubo, y aún cuando quisieras hacer el cambio, tu cuerpo pelearía con cada músculo y neurona para regresar al estatus quo de quien tú crees que eres.
Si estamos en un proceso de cambio constante ¿Por qué nos cuesta tanto trabajo cambiar? Dejar de fumar, comenzar a hacer ejercicio, estudiar. Todos conocemos a alguien que está dispuesto a irse a la tumba con tal de no cambiar un hábito o una ideología, porque no puede imaginarse sin eso que siente que lo hace ser quien es.
Biológicamente, nosotros hemos evolucionado para adaptarnos, más no para cambiar. Nuestros antepasados encontraban seguridad y confort en vivir en la misma zona y tener la misma rutina y lidiar con un cambio gradual, cambios que a veces tomaban muchas generaciones.
Nuestro cuerpo tiene un proceso conocido como “homeostasis” que se encarga de recordarnos de comer o dormir, no de acuerdo a lo que “necesitamos”, sino a lo que estamos acostumbrados. Nuestros antepasados podían seguir ese reloj al hilo porque no tenían que preocuparse por estar en una llamada con Holding a las 7:30 de la mañana.
Este fenómeno no solo se limita a nuestro metabolismo. Cognitivamente está vinculado a un concepto llamado “neuroplasticidad”. La neuroplasticidad hace referencia a la capacidad de las estructuras cognitivas para reorganizarse y adaptarse a cambios a corto, mediano y largo plazo.
Antes se pensaba que solo existía en edades tempranas pero actualmente sabemos que es un proceso permanente mientras no exista degeneración cognitiva. Esta capacidad, al igual que con otras capacidades cognitivas, es una que se puede desarrollar con la práctica. Es decir, hay gente con mayor capacidad y tolerancia al cambio que otros. Hay algunas personas que sin ningún tipo de problema podrían cambiar de ideología de un día para otro porque representan un factor de neuroplasticidad más alto. Esto significa que podemos incrementar nuestra tolerancia al cambio, si constantemente nos exponemos y nos retamos a cambiar cosas en nuestra rutina.
Otro segundo componente neurológico en el fenómeno del cambio es el concepto de la metacognición, o el “aprender a aprender”. Este hace referencia a nuestra capacidad de observar si los cambios que estamos haciendo conscientemente arrojan los resultados que estamos buscando o si nos estamos saboteando o activamente haciendo daño. Esta, al igual que la neuroplasticidad, también es una habilidad que se tiene que desarrollar con tiempo y exposición, constantemente evaluándonos y prestando atención a la manera en la que estamos haciendo cambios, para poder tener un control consciente de que estamos acercándonos a los resultados que buscamos.
La ciencia de la formación de hábitos y el cómo lidiar con el cambio es una ciencia joven debido a que nuestro entendimiento de estos fenómenos neurológicos aún es muy superficial, además existe el reto de que diferentes razas, contextos sociales y estados de salud nos evitan crear un patrón universal que nos ayude a entender cómo adaptarnos y cambiar de una manera más ágil y que nos permita responder con la urgencia que nuestro entorno actualmente nos está demandando, pero eso no quiere decir que no podamos experimentar con los conceptos que estamos descubriendo y tratar de encontrar la mejor manera en la que podemos cambiar nosotros, por nuestro propio bien y nuestro entorno.
El objetivo de este artículo no es decirte qué debes cambiar o que algo está mal con cómo estás eligiendo ser todos los días, lo que quiero es decirte que biológicamente estamos “programados” para resistir el cambio, nuestra neurobiología lo prefiere y hace más fácil para nuestro metabolismo y nuestros procesos cognitivos ser como somos, pero no por eso necesitas conformarte o resignarte.
Si hay algo que no te gusta o no te está funcionando, también tenemos las estructuras cognitivas para soportar un cambio tan drástico como queramos, solo debemos considerar dos puntos:
- La exposición al cambio debe ser gradual, para desarrollar neuroplasticidad. Esto quiere decir que si eres una persona muy “atrincherada en tus ideas”, puedes exponerte poco a poco a cambios que no se “sientan” mucho para gradualmente ir desarrollando tolerancia y fortaleza, enseñándole a tu cerebro que sí se puede cambiar. Es como hacer ejercicio. Si hoy quieres correr el maratón pero te cansas de pararte e ir al baño, pues… Es mejor comenzar con pasos pequeños.
- La neuroplasticidad requiere atención constante, para asegurarte de que esos pequeños cambios que estás haciendo te benefician y apuntan en la dirección correcta. La metacognición te permite racionalizar y entender el proceso de cambio por el que estás pasando, para evaluarlo, optimizarlo y ahorrarte dolores de cabeza innecesarios.
Obviamente esto no es garantía de cambio. También se involucran otros factores emocionales y ambientales que favorecen y apoyan ese cambio. Pero de eso hablaremos en otra ocasión, por lo pronto espero que sepas que, al menos, en tu mente el cambio es posible y no siempre es algo de lo que tenemos que huir.
Este artículo fue originalmente escrito para la gaceta interna del equipo de Design Experience de BBVA Bancomer y fue editado por Carolina Zorrilla
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