La constante del fracaso

Adrian Solca
4 min readMar 27, 2017
“Failure is always an option!” — Mythbusters

Todo lo que va de este año, he fallado en cumplir mi objetivo de ir a entrenar al menos 5 días por semana. Todo lo que va de este año he fallado mi objetivo de retomar y practicar guitarra. Tan solo en lo que va de este año he fracasado más veces de las que puedo contar, en juntas, clases, eventos, metas personales, profesionales. Simplemente la cantidad de experiencias y resultados que espero con las experiencias y resultados que de hecho suceden es abismalmente menor, por no decir decepcionante… Y eso está bien.

Me considero un ávido fan de los Mythbusters. Habiendo consumido varias veces la decena de temporadas que compone la serie, desde su principio, he tenido la oportunidad de ver incontables intentos de explicar lo inexplicable, improvisados por un talentoso equipo experto en no tener la menor idea de lo que están haciendo, disfrazando su ignorancia en entretenimiento y obteniendo lo que, bajo un mejor término, podrían llamarse resultados, unos mejores que otros.

Una de las (muchas) frases más importantes en el show es “El fracaso es siempre una opción”, frase protagonista en un episodio maldito en el que los Mythbusters intentaban recrear el choque entre dos tráilers de “The Matrix Reloaded”, en dónde vez tras vez, el choque nunca pudo suceder al 100% como les hubiera gustado, pero que arrojó un resultado parcialmente válido. El punto no es el episodio, sino la verdad de la frase.

La verdad es que el fracaso siempre es una opción; y estadísticamente hablando, la probabilidad de falla siempre es mayor a la de éxito, ya que el éxito depende de una suma exacta de las partes que desembocan en un resultado. La suma de partes incrementa exponencialmente la complejidad del resultado, reduciendo la cantidad de resultados que resultan positivos.

Por poner un ejemplo, imaginemos que considero un éxito el que me levante a entrenar y mi sesión de entrenamiento sea satisfactoria, logrando la rutina completa que he planeado realizar. La primer variable inmediata es si me logro levantar o no, pero esa variable está conectada a la calidad del sueño que tenga en la noche anterior, que también está conectada al hecho de que me haya acostado en una hora correcta, a su vez conectado a la variable de que el día anterior me haya cansado lo suficiente como para tener sueño en el momento correcto. A largo plazo estos hábitos están conectados con mis niveles de estrés, metabolismo y ritmo circadiano, los cuales se construyen a lo largo del tiempo y toman largos periodos (a veces de meses) para adaptarse. La probabilidad de que todos esos factores se alineen (por hábito o por disciplina) es estadísticamente ínfima. Las probabilidades de que no me levanten son mucho menores de las que si, sin embargo, ha habido momentos en los que he podido hacer frente a esas probabilidades y he logrado ir a entrenar, aunque son más las veces (en contexto de los 10 años que tengo entrenando) que no lo he logrado.

La famosa ley de Murphy dice: “Todo lo que puede salir mal, va a salir mal” haciendo referencia justo a que el fracaso es completamente dependiente de las circunstancias del momento en específico, una especie de orden o entropía de nuestras expectativas que se alteran al ser confrontadas con la realidad. La verdad es que el fracaso siempre está ahí, el fracaso no es solo una opción, es un estilo de vida, es una realidad. El fracaso es la ausencia del éxito y, si tuviéramos que contar, probablemente caeríamos en cuenta que nuestras vidas son un constante fracaso destacado por algunos breves momentos de aparente y subjetivo “éxito”.

Sonado es el caso de Edison, intentando supuestamente cientos de veces, de inventar el bulbo incandescente para justificar frases motivacionales invitándonos a intentar una y otra vez hasta obtener un resultado satisfactorio. Algunos utilizan este ejemplo como inspiración para intentar cientos de veces una idea que simplemente no da resultado, pero para mi la historia lo que cuenta es que detrás de un buen resultado está todo el aprendizaje de malos resultados.

Estos días no dejo de pensar cuántas presentaciones he hecho mal, en cuantos supuestos he estado equivocado, cuántas relaciones personales o profesionales he arruinado, cuantas oportunidades he dejado pasar, pero lo importante que han sido todos esos aprendizajes en formarme la visión con la que ahora experimento la realidad, siempre abierto a la posibilidad de que fallar no es malo, es simplemente un aprendizaje más que diagnosticar, para darle menos espacio a la ley de Murphy para hacerse realidad.

Aceptar al fracaso como una realidad, lo despoja de su negatividad y, en especial, lo despoja del poder y control que impone sobre nuestras vidas, deja de ser un resultado aterrador para simplemente convertirse en una posible consecuencia más que, como todas las demás consecuencias, está viva y puede alterarse para que signifique lo que nosotros queramos que sea.

Ahora solo tengo una idea: fracasemos más, fracasemos mejor, fracasemos más rápido. Fracasar es solo consecuencia de experimentar nuestras vidas y señal de que al menos estamos intentando algo que también, inherentemente, ofrece una probabilidad de éxito. Una probabilidad que con suficiente dedicación, esfuerzo y atención, inevitablemente se hará presente.

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