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La crisis de identidad del diseño: ¿cuántos títulos más necesitamos?

8 min readSep 12, 2025
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Voy a empezar directo: el Diseño Centrado en las Personas tiene una crisis de identidad. Y no, no es porque no sepamos qué hacemos, sino porque nos dejamos poner cualquier etiqueta que el mercado inventa para describirnos.

UX/UI, Product Designer, Service Designer, CX Specialist, Content Designer, Research Lead, Conversational Architect, Prompt Designer. Parece que cada vez que alguien quiere sonar moderno se inventa un nuevo título y, como gremio, lo aceptamos sin chistar. A veces hasta preparamos cursos sobre ellos.

Mientras tanto, la gente que contrata no entiende qué hacemos, los reclutadores publican vacantes que no tienen absolutamente nada que ver con lo que hacemos, y nosotros seguimos explicando en cada entrevista qué demonios significa nuestro rol. Todo porque nunca defendimos nuestra identidad como disciplina.

¿Cómo llegamos a este desastre?

El enredo de títulos en diseño no apareció de la nada. Tiene historia, y como todas las historias, empieza en un contexto que en su momento parecía lógico.

A principios de los 2000, cuando el boom de las startups empezó a prender motores, lo que había eran equipos chiquitos con presupuestos aún más pequeños. Todos hacían de todo. El developer armaba el back, parchaba el front y de paso diseñaba la landing. En ese ecosistema nació el famoso “UX/UI”. Era la forma de decir: necesitamos a alguien que se encargue de todo lo que el usuario toca y de cómo se ve. Y en ese momento funcionaba, porque no había otra manera. Era supervivencia.

El problema vino cuando ese modelo de guerrilla se convirtió en un estándar aspiracional y las grandes corporaciones decidieron copiarlo sin entender de dónde venía. Imagínate: un monstruo burocrático con 20 silos internos y procesos pesados, intentando contratar al mismo perfil “todólogo” que en una startup se inventaba hasta la cafetera. Claro que no iba a funcionar. Pero como la etiqueta ya estaba circulando, empezaron a pedir UX/UI en todas partes, esperando que esa persona diseñara, investigara, armara métricas, entendiera negocio, convenciera stakeholders y además hiciera interfaces. El famoso “unicornio”.

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Y luego vino la bola de nieve. Recursos Humanos empezó a rebautizar roles como si fueran Pokémones. Un Diseñador Visual que sabía algo de arquitectura de información pasaba a ser UX/UI. Un Copy con buen ojo para interacción se convertía en UX Writer. Y así nacieron nuevos títulos: Product Designer, CX Specialist, Research Lead. No porque la disciplina lo pidiera, sino porque el mercado necesitaba etiquetas rápidas para llenar vacantes. De pronto teníamos sopa de letras en cada convocatoria, y nadie — ni los diseñadores, ni las empresas — tenía muy claro qué significaba cada cosa.

Hoy, con la fiebre de la inteligencia artificial, el ciclo se repite. Ya estoy viendo aparecer cosas como “AI Experience Designer” o “Prompt Strategist” en los perfiles de LinkedIn. La misma lógica de siempre: ponerle nombre cool a un fenómeno emergente para venderlo más caro. El detalle es que, en vez de construir una identidad sólida, seguimos regalando pedazos de la nuestra a cada ola de moda.

Y aquí está el punto crítico: el problema no es especializarse. Claro que necesitamos gente enfocada en research, en contenido, en servicios, en negocio. El problema es que confundimos especialidad con identidad. Aceptamos títulos absurdos como si fueran medallas, cuando en realidad lo único que hacen es fragmentar la disciplina y dejarla a merced de quien quiera inventar la próxima etiqueta.

El costo de tantos títulos

El problema de esta proliferación absurda de etiquetas no es solo estético ni semántico. No es que sea molesto tener que explicar en la cena familiar qué carajos significa ser “Product Experience Designer con enfoque CX”. El problema es que esta confusión tiene un costo real que se paga caro en el día a día.

Cada vez que cambias de trabajo, cada entrevista se convierte en un ritual de justificación. Tienes que explicar qué haces, qué no haces, por qué tu rol con nombre rimbombante no es lo mismo que otro rol con nombre igual de rimbombante. Y mientras tú pierdes veinte minutos tratando de explicar la diferencia entre un UX Researcher y un Design Researcher, la persona enfrente piensa “estos diseñadores no se ponen de acuerdo ni en quiénes son”. Esa percepción de inmadurez nos acompaña a todos, incluso a quienes sí tienen muy claro qué hacen.

Luego está el tema del dinero. Cuando todo suena a lo mismo, todo se paga igual. Y si encima hay empresas que no entienden las diferencias, pues más fácil: jalan a cualquiera con el título que esté de moda, lo meten a una banda salarial promedio y listo. El resultado: especialistas que estudiaron, se formaron y se quebraron la cabeza perfeccionando un área específica, cobrando lo mismo que alguien que acaba de salir de un bootcamp de tres meses porque ambos tienen “UX” en su tarjeta.

Y ni hablar de las vacantes imposibles. He visto descripciones que parecen listas de duende de Santa Claus: quieren a alguien que investigue, diseñe interfaces, haga front-end, maneje KPIs, prepare pitches, sea facilitador de workshops y, de paso, entrene a la organización en Design Thinking. Todo en uno. ¿De dónde creen que va a salir esa persona? Y claro, cuando la encuentran, la queman en seis meses porque nadie puede sostener esa expectativa. Pero ahí sigue el título, colgado como si fuera real.

El otro costo, menos evidente pero igual de jodido, es que nos robaron la escalera. ¿Cómo creces en tu carrera cuando los títulos cambian cada año y ninguno tiene un reconocimiento claro en la industria? Hoy eres Product Designer, mañana Senior UX Designer, pasado Service Strategist. ¿Qué significa eso? ¿Cuál es la progresión? ¿Qué implica ser junior, senior, lead en un campo donde los nombres son mutantes? La falta de un marco común deja a la gente perdida, sin saber qué sigue, sin claridad de hacia dónde apuntar.

Y por último, la credibilidad hacia afuera. Porque mientras nosotros jugamos a ver qué etiqueta se siente más fancy en LinkedIn, las organizaciones ven un mercado fragmentado, caótico y — seamos francos — fácil de manipular. Si no sabemos quiénes somos, cualquiera puede decidirlo por nosotros.

Ese es el costo real de los títulos: no solo confunden, también nos debilitan. Nos convierten en un gremio que parece no tener voz propia. Y mientras tanto, los que contratan siguen dictando cómo nos llamamos y cuánto valemos.

Mira otros campos

Cuando sales un rato de la burbuja del diseño y miras alrededor, el contraste es ridículo. Otras disciplinas tienen clarísimo lo que son y lo que no. Un médico es médico. Punto. Puede que sea cardiólogo, dermatólogo o cirujano plástico, pero nunca escuchas a nadie decir “soy Médico-Médico de Corazón-Piel”.

Lo mismo pasa con los abogados. Todos son abogados. Después se ramifican en penalistas, civilistas, corporativos. Pero nadie se inventa un título tipo “Abogado UX/UI de Derecho” porque suena más moderno.

Incluso en el mismo terreno del diseño gráfico la cosa es mucho más clara. Tú puedes dedicarte a branding, editorial, packaging o ilustración. Pero a nadie se le ocurre poner en LinkedIn “Graphic Brand Identity Visual Print Interaction Designer”. Es diseñador gráfico, y ya.

Y ahí es donde duele. Porque nosotros, los del Diseño Centrado en las Personas, parecemos adictos a complicarnos la vida. Nos encanta aceptar que nos inventen etiquetas. Y mientras otros campos proyectan madurez y claridad, nosotros seguimos en el eterno loop de justificar qué demonios significa nuestro rol.

La disciplina sí tiene estructura

Lo que más me frustra es que no es que el diseño sea un caos en sí mismo. El problema es que nos rehusamos a defender su estructura. Porque sí la tiene.

Hay un tronco común que todos compartimos:

  • Hacemos research, sintetizamos para decidir, prototipamos para probar, iteramos para mejorar y, lo más importante, alineamos con negocio. Ese es el ADN de nuestra disciplina.
  • Luego hay niveles de impacto. No es lo mismo trabajar en la interfaz, que en la estrategia de un producto, que en todo unn servicio, que a nivel organización o nivel negocio. Son capas de profundidad. No son especies distintas, son jugadores en el mismo mapa.
  • Y encima están los enfoques transversales: research, contenido, accesibilidad, estrategia. Da igual en qué nivel estés, necesitas alguno de esos filtros.

La disciplina tiene lógica, tiene jerarquías, tiene especialidades. El problema es que dejamos que el mercado lo ignore y prefiera inventar títulos de fantasía.

Una convención simple (y menos ridícula)

No necesitamos un diccionario ni un comité. Necesitamos ponernos de acuerdo: todos somos diseñadores, y después aclaramos especialidad, nivel e, incluso, enfoque.

“Diseñador/a de [Especialidad] — Nivel [Impacto] — Enfoque [Opcional]”.

Ejemplos:

  • Diseñador de Interacción — Nivel Experiencia.
  • Diseñadora Visual — Nivel Interfaz — Enfoque en Accesibilidad.
  • Diseñador de Producto — Nivel Producto — Enfoque en Research.
  • Diseñadora de Servicios — Nivel Organización.

La lógica es la misma que en medicina o derecho: identidad + especialidad + enfoque. Lo que no podemos seguir haciendo es coleccionar etiquetas de moda como si fueran Pokemones.

De la teoría al día a día

Es fascinante entender la importancia de la semántica en la identidad del campo profesional. Una vacante escrita con claridad evita frustraciones. Una entrevista donde nombras bien tu rol genera confianza inmediata. Un portfolio con foco en tu nivel de impacto demuestra valor sin marear a nadie.

¿Hasta cuando vamos a seguir siendo “los de las pantallas”? Necesitamos aceptar que cuando entiendes y nombras tu nivel de impacto, pasas de ser un operador táctico a realmente posicionarte como estratega. No porque cambies lo que haces, sino porque narras tu valor y aportación con precisión.

Ahora, esto no es un berrinche de viejo rancio que ya va para dos décadas haciendo esto. Es un llamado a dejar de regalar nuestra identidad y supeditarla a lo que los demás piensan que hacemos.

Cada vez que aceptamos sin chistar un título inventado, cedemos control sobre cómo nos ve el mercado. Y eso nos cuesta caro: menos claridad, menos credibilidad, menos poder.

Así que aquí va:

  • Somos Diseñadores. Esa es nuestra base.
  • La especialidad no define la disciplina.
  • Nombrar con precisión es ejercer poder.
  • El impacto importa más que la etiqueta.

Si como gremio no reclamamos esto, seguiremos atrapados en la caricatura del “todólogo creativo” que hace pantallas bonitas y que pega post-its.

Pero si empezamos a hablar claro, a nombrarnos bien y a explicar con precisión dónde y cómo impactamos, la conversación cambia. Ya necesitamos dejar de ser los que piden “que nos entiendan” y comenzar a ser los que se sientan a la mesa con claridad, con voz propia y con métricas que evidencian valor.

👉 Somos Diseñadores. Punto.

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Adrian Solca
Adrian Solca

Written by Adrian Solca

Diseñador Estratégico & Arquitecto de Experiencias. Hackeando la innovación más allá del teatro corporativo.

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