¿Quién te dijo que no podías ser líder?
“Tengo ansiedad social y no podría ser líder de nada, pero me gustaría seguir creciendo.”
Ayer me mandaron este comentario anónimo: alguien pidiendo consejo sobre cómo avanzar en su carrera sin tener que “ser líder”. Lo leí y me quedé en silencio. No por la ansiedad — eso lo entiendo perfecto — porque muchos no me creen, pero yo también soy una persona introvertida y que sufre de ansiedad en ciertos contextos sociales. Lo que me hizo detenerme fue otra cosa: esa frase tan honesta me recordó lo distorsionada que está nuestra idea de liderazgo.
Hay gente que se descarta de entrada, que se convence de que “no tiene el perfil” porque cree que ser líder requiere ser extrovertido, social, carismático. Pero eso, si lo piensas bien, solo demuestra que nunca se han dado la oportunidad de liderar desde su propia forma de ser. Que nadie les dijo que el liderazgo también puede ser silencioso, analítico, empático, o incluso reservado. ¿Cómo sabes que no quieres ser líder si nunca te han dejado imaginar qué tipo de líder podrías ser?
Un líder no es el jefe de corbata ni el orador carismático que cita a Simon Sinek. Un líder puedes ser tú, con tus miedos, tus rarezas, tus silencios, tu manera particular de sostener equipos sin que nadie te lo pida.
El estigma del liderazgo
El liderazgo está plagado de mediocridad, y lo digo sin dramatismo. Muchos profesionales han crecido viendo a líderes incompetentes y confundiendo ese modelo con la norma. Es lógico que cuando piensas en un líder imagines al típico papanatas que estorba al equipo, hace preguntas impertinentes, se roba el crédito y convoca juntas interminables solo para sentirse importante.
Desde un rol táctico, resulta difícil entender qué hace realmente un líder. El trabajo de liderazgo no se ve, y cada persona lo ejerce de manera diferente, así que es natural confundirlo con simple administración o postureo. Pero esa confusión tiene un costo: te hace creer que liderar es aburrido, innecesario o directamente contraproducente. Y así, sin darte cuenta, te convences de que no quieres hacerlo.
Tal vez a ti te encanta diseñar. Y crees que si tomas un rol de liderazgo vas a pasarte el día en reuniones, hablando con stakeholders y lejos del trabajo que realmente disfrutas. Pero un líder de Diseño de verdad también diseña. Solo que sus materiales no son pantallas o flujos, sino estrategias, acuerdos, contextos y decisiones. Diseña reuniones, procesos, resultados e impactos. Diseña para el sistema.
Y eso cambia todo. Porque la única razón por la que el liderazgo parece poco atractivo es porque lo hemos visto en su versión más mediocre: la de quienes ejercen poder, pero no influencia; autoridad, pero no criterio; visibilidad, pero no responsabilidad.
He visto a personas rechazar ascensos, huir de roles de liderazgo o sabotear oportunidades simplemente porque no se sienten “listas” o porque temen convertirse en aquello que tanto detestan. Y las entiendo. Pero ese miedo nace de una definición rota. Si lo único que has visto son ejemplos de líderes incompetentes, claro que vas a querer mantenerte lejos del fuego.
Ser un líder no es un tipo de personalidad.
Una de las cosas que más disfruto al formar líderes es ayudarles a descubrir que pueden hacerlo sin dejar de ser quienes son. El liderazgo no es una personalidad, es una práctica. No es un don reservado a los carismáticos. No se trata de hablar más fuerte, ni de ser el más simpático en las reuniones.
Liderar es influir, motivar, inspirar y guiar. Es entender cómo hacer que un grupo de personas avance hacia un objetivo común sin perder el rumbo ni la salud mental en el intento. Y eso no se mide por el número de personas a las que diriges, ni por cuánto tiempo hablas frente a una audiencia: se mide por los resultados que logras a través de otros.
De hecho, la ciencia lo respalda. En un estudio publicado por Frontiers in Psychology titulado “Introverted and Yet Effective”, los investigadores encontraron que la extraversión ayuda a que alguien emerja como líder, pero no predice su efectividad. Dicho de otro modo: muchos de los líderes más visibles no son los más competentes, solo los más ruidosos.
La Harvard Business Review llegó a una conclusión similar en su artículo “The Hidden Advantages of Quiet Bosses”: los líderes introvertidos tienden a generar mejores resultados cuando trabajan con equipos proactivos, porque escuchan más, observan mejor y dejan espacio para que otros brillen. Y, según Forbes, en su publicación “Why Introverted Leaders Outperform Extroverts by 28%”, los equipos liderados por introvertidos superan en productividad a los de líderes extrovertidos.
No es magia. Es lógica. Quien no habla todo el tiempo, escucha más. Quien escucha, entiende mejor. Y quien entiende, lidera mejor. Así que no, el liderazgo no se mide en decibeles. No se trata de cuán visible eres, sino de cuánto sentido generas para los demás.
Siempre me ha gustado comparar el liderazgo con el mundo de la música. En muchas bandas, el vocalista no es el líder. A veces lo es el bajista que mantiene el ritmo, el productor que cuida que cada instrumento suene cuando debe o la persona que simplemente se asegura de que todos lleguen al ensayo. En Diseño pasa igual.
He trabajado con diseñadores y diseñadoras que jamás quisieron “ser líderes” y, sin embargo, sostienen a sus equipos todos los días. Documentan para que nadie se pierda. Detectan riesgos antes de que sea tarde. Hacen las preguntas incómodas que elevan el estándar. Protegen al grupo de las ocurrencias del management cuando los deadlines se vuelven imposibles. Eso también es liderar, aunque no lleve un título.
A eso yo le llamo liderazgo silencioso. No es glamuroso, no se aplaude en conferencias, y no da muchos likes, pero es el que mantiene vivo al sistema. Sin esas personas, los equipos colapsan. Y quizá lo más triste es que muchas de ellas no se ven a sí mismas como líderes porque nadie se los ha dicho.
Lo que realmente implica liderar
Liderar no es un ascenso, es un mindset. Es entender que para lograr un impacto sustancial hay que lograr un impacto colectivo. Es aceptar que nada realmente valioso se hace en solitario.
En Diseño — y en cualquier disciplina compleja — liderar significa alinear un sistema lleno de partes móviles: desarrollo, producto, tecnología, negocio, finanzas, legal, operaciones, atención al cliente. Todo eso influye en la experiencia del usuario. Si uno de esos engranes falla, el resultado también. Por eso, un líder de Diseño no solo piensa en pantallas o flujos: piensa en cómo todos esos componentes se comunican entre sí.
El liderazgo consiste en entender la dirección, anticipar riesgos, documentar decisiones, dar feedback útil y hacerse responsable del resultado colectivo. No se trata de tener autoridad, sino de generar alineación.
Y sí, hay ansiedad en el camino. Nadie te quita eso. El liderazgo no aparece cuando llega el hada mágica a curarte la inseguridad o darte permiso para mandar. Aparece cuando decides usar tus fortalezas — tu empatía, tu claridad, tu criterio — para que el trabajo de todos tenga más impacto.
Si no has visto a alguien ejercer un liderazgo competente o inspirador, busca nuevos modelos. Hay líderes allá afuera que piensan como tú, que lideran con humanidad, que no necesitan máscaras ni discursos vacíos para generar impacto. Tal vez lo que crees que es liderazgo está mal definido, y por eso no te ves en él.
Así que volvamos a la pregunta inicial: ¿quién te dijo que no podías ser líder? ¿Dónde aprendiste que el liderazgo era solo para los que disfrutan hablar frente a cien personas o los que se saben todos los nombres del equipo?
El liderazgo no es un rango. Es una forma de pensar, de cuidar, de alinear. Es una práctica de Diseño aplicada al sistema humano. Y cuando lo entiendes así, deja de dar miedo y empieza a tener sentido.
Porque el verdadero liderazgo no se trata de tener poder, sino de tener propósito. De entender que el Diseño, las ideas y las estrategias solo funcionan si alguien se atreve a sostenerlas, defenderlas y hacerlas posibles junto con otros.
Así que si alguna vez te dijeron que no tenías “perfil” para liderar, ignóralo.
Probablemente ellos tampoco lo tenían.
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